Cada cierto tiempo se ven experimentos que pretenden combinar arte, ciencia y tecnología en un solo paquete. Hace unos meses vimos el caso de las píldoras formuladas para producir sudor perfumado, idea de una artista y “arquitecta corporal” australiana llamada Lucy McRae. Al presentar su concepto, McRae dijo que se trata del próximo ciclo en la evolución humana partiendo de la premisa de que el cuerpo humano es la frontera que queda por explorar en el ámbito tecnológico. Si bien se trata de una idea bastante extraña, no es más excéntrica que el video que acompaña a esta entrada. Lo que vemos ahí es una bombilla que se activa con sangre, un experimento que además de doloroso pretende llamar la atencion en torno al excesivo consumo de energía eléctrica.
Aunque se trata de un proyecto del año 2009, la “blood lamp“, como le llama su creador, el diseñador Mike Thompson, sigue teniendo vigencia en estos tiempos de petróleo caro y recesión. El concepto es simple: llamar la atención y generar conciencia a través de una sola pregunta: ¿y si la energía tuviera un costo personal?
Nada responde a esta pregunta como tener una bombilla de uso único que se activa con la sangre del propio usuario a través de unas reacciones químicas. Thompson expone en su website que el estadounidense promedio consume 3,383 kilovatios de energía por año, un gasto excesivo que ocurre porque no hay conciencia alguna. El objetivo de su proyecto es poner a espectador a imaginar un mundo donde las bombillas necesariamente funcionen con su propia sangre. Si bien es un experimento raro y un tanto inquietante, no hay duda de que el prospecto pone a pensar, aún sea por breves minutos.
No todos los proyectos que combinan arte y tecnología se entienden tan rápido. Hace algunos años una artista encandinava de nombre Laura Beloff quiso juntar dos mundos dispares: insectos y tecnología, con la idea de explorar el mundo orgánico desde una perspectiva tecnológica.
Para los fines, Beloff creó una granja portátil diseñada para uso individual, provista de moscas fruteras, pedazos de frutas en proceso de putrefacción y un teléfono celular cuya cámara captaba el comportamiento de las inquilinas cada hora. Para hacer de la experiencia algo más interactivo, el teléfono estaba programado para responder a mensajes de texto con una foto captada justo en el momento. Adicional a ello, un website recolectaba esas fotos para posteriores referencias.