Se trataba de una idea ganadora: teléfonos inteligentes diseñados para ser armados al gusto del usuario, con posibilidad de renovarlos por partes en caso de daños o actualizaciones a nivel estructural o de software, todo sin tener que desechar el equipo completo o hacer cuantiosas inversiones cada seis meses.
Este concepto, denominado modular, tuvo su máximo momento de popularidad en septiembre 2013, cuando el holandés Dave Hakkens presentó su proyecto Phonebloks a través de un llamativo video y luego en Thunderclap. Su acogida, a nivel conceptual, al menos, fue casi inmediata: blogs especializados en el tema y programas de televisión en todo el mundo hablaban de la genial idea.
Al cabo de unas semanas se anunció la integración de Phonebloks a Project Ara de Google, bajo responsabilidad de Motorola Mobility, y ahí mismo empezaron los problemas. En enero de 2014, menos de tres meses después de la integración, Google decidió vender Motorola a Lenovo, pero se quedó con Project Ara. En julio 2016, luego de algunos avances promisorios, el proyecto fue cancelado.
Si bien el concepto sobrevive en modelos como Moto Z de Lenovo, presentado inicialmente en 2016 y recientemente renombrado Moto Z2, con algunas expansiones a nivel de los módulos intercambiables que fueron presentadas tanto en CES 2018 como en MWC 2018, resulta evidente que los smartphones modulares nunca calaron realmente en el gusto de la gente ni en las compañías responsables de fabricar teléfonos.
¿Cuál fue el problema? Todo se reduce a la dinámica del mercado. Imponer el concepto modular, aun con todos los beneficios que supone para los bolsillos del usuario y para el medioambiente, pues en teoría se reducirían los desechos electrónicos asociados al cambio compulsivo de equipos, supondría el fin de la industria del smartphone.
Aun cuando se argumenta que ya el mercado de los smartphones entró en su etapa final de crecimiento y que ya no hay espacio para tanta innovación, compañías como Samsung y Apple se las ingenian para presentar alguna novedad, aún sea a nivel de software.
Ahora mismo la tendencia en smartphones son pantallas sin bordes, en formato inmersivo, y cámaras duales para fotografía cada vez más creativa e impresionante. Son elementos que cumplen un propósito más allá de lo estético al servir de puente a tecnologías como la realidad aumentada y virtual que con tanto afán se vienen empujando en los últimos 5 años.
En un ambiente tan competitivo, donde los rivales hacen lo posible por eclipsarse entre sí, un concepto modular que se va por lo sostenible y funcional simplemente no tiene cabida. Por eso los pocos fabricantes que se animaron a adoptar el concepto lo hicieron de una manera muy tímida, siendo un perfecto ejemplo de ello el LG G5, presentado en MWC 2016 con apenas tres accesorios.
Quizás la excepción a esta regla sea Motorola, que además de mantener vivo el concepto lo ha expandido a nivel de módulos, llegando a presentar este año uno diseñado para medir la presión arterial y otros marcadores biométricos. También Fairphone se mantiene en esta línea, pero este modelo es mucho menos conocido y realmente apela a un nicho muy específico del mercado. Fuera de estos dos, bien podría decirse que la modularidad es inexistente en smartphones.
Como hay mercado para todo, como demostró Yo en su momento, hay una alternativa para los amantes de esta idea: estuches o cases que convierten en modular cualquier modelo Android o Apple. Es la propuesta de la startup Vibes Modular, que conjuntamente ofrece bocinas Bluetooth y cargadores externos como parte de su ecosistema modular. ¿Se animan? Los cases son a 40 dólares, mientras que los módulos valen 100 y 200 dólares.