Reconocimiento Facial, la tecnología que tanto puede darte acceso a tu teléfono como ayudar a la policía a detectar un delincuente entre una multitud, es llamativa e impresionante, pero, ¿a qué costo estamos pagando este factor “wow”?
Si alguna vez te has preguntado cómo exactamente funciona el reconocimiento facial, la respuesta es sencilla: esta tecnología no es más que un sistema entrenado en base a cientos de miles de fotos para identificar y detectar rasgos distintivos como son color de piel, facciones y geometría.
Esas ilustraciones de reconocimiento facial donde se ve una representación tridimensional de la cara del usuario con puntos específicos identificados son la definición visual más precisa del concepto, y eso nos lleva a una pregunta obligada: ¿de dónde sacan las compañías y científicos asociados al tema las fotos con las que estos sistemas se entrenan?
La pregunta en cierto modo es truculenta porque la respuesta debería ser obvia para quienes se pasan el día entero compartiendo elementos e interactuando en redes sociales.
La principal fuente de la que se alimentan los sistemas de reconocimiento facial es la Internet, y aun cuando esta revelación hace todo el sentido del mundo, pocos son los que no se indignan ante lo que podría considerarse como un atentado más a la “privacidad” de la gente.
Colocamos el término “privacidad” entre comillas porque hay una dicotomía inherente al tema. Los usuarios de Internet, redes sociales y demás recursos digitales se quejan de que compañías como Facebook y Google viven al acecho de sus interacciones para sacar provecho a su data, con todo lo que ello implica. Este aprovechamiento, que en ocasiones es bastante descarado, es visto como una falta de respeto o violación a la privacidad de la gente, pero hay un detalle en el que pocos reparan: una vez subimos recursos a Internet, éstos dejan de ser en efecto privados.
En esta semana la NBC en Estados Unidos denunciaba la poco ética práctica de compañías como IBM de aprovechar la abundancia de fotos de gente corriente en Internet disponible en sitios como Flickr, quizás una de las plataformas más viejas y populares para almacenar y compartir fotos onlie, usualmente bajo una licencia Creative Commons.
Creative Commons, para quienes no están familiarizados, básicamente permite usar esas fotos y trabajos online libres de honorarios por derechos de autor, a veces incluso para fines comerciales.
Aparte de contar con el aval de Creative Commons en una mayoría de casos, las compañías que se dedican al desarrollo de sistemas de reconocimiento facial u otras investigaciones o avances científicos no suelen pagar por el uso de fotos que encuentran en Internet, ni tampoco piden permiso porque al tratarse de trabajo “científico” no entran en juego las cuestiones de copyright.
Es un tanto desagradable saber que esas fotos de corte personal que subimos a Internet están al alcance de quienes desarrollan sistemas de reconocimiento facial, pero esto no es lo único que causa preocupación o resquemor: activistas de privacidad y temas afines temen que que esos sistemas que hoy se perfeccionan sean eventualmente usados en detrimento de quienes han aportado las imágenes sin su consentimiento.
La preocupación externada es sobre todo en lo que respecta a minorías y la posibilidad de un profiling discriminatorio más extensivo por vía de reconocimiento facial y otras tecnologías que le sirven de complemento.
Sin duda este es un tema truculento y que representa un reto a varios niveles. Con el paso de los años no pocos han expresado su aversión hacia el desarrollo e implementación cada vez más extensiva de inteligencia artificial y todo lo que ella implica, incluyendo reconocimiento facial, porque se abre la posibilidad hacia un futuro totalmente limitado y carente de libertad pura y simple.
¿Te preocupa un futuro dominado por reconocimiento facial? El maquillaje y el uso de accesorios extravagantes podrían ayudar, según considera el artista Adam Harvey en su concepto CV Dazzle.