Gracias al rastro diario que dejamos en la Web, ya sea al realizar búsquedas a través de Google o al subir fotos o dejar comentarios en nuestras redes sociales favoritas, quienes trabajan en marketing y diseño de ofertas y publicidad a la medida la tienen muy fácil, o al menos esa es la idea que nos han querido vender.
La realidad es que la actual industria del marketing tiene tentáculos que llegan más lejos y profundo de lo que cualquiera podría pensar, algo que en realidad no debería sorprender cuando revisamos el historial de manipulación que por décadas ha permeado allí.
Una parte importante del marketing, la publicidad y demás conceptos afines se basa en neurociencia. Tácticas que explotan las necesidades más básicas del ser humano y que hackean la forma en que el promedio de la gente piensa y actúa conforman la base de esos anuncios que vemos en televisión, periódicos e internet, y se trata de una fórmula que por años ha dado resultados, inclusive en aquellos casos donde solo exclamamos ¡qué anuncio tan malo!
Pues bien, la modernidad que suponen los smartphones, el continuo acceso a redes Wi-Fi, las radiofrecuencias, los sensores y demás aditamentos propios de esta época tan solo sirven de perfeccionar una industria cuyo principal objetivo es impulsar al consumo, independientemente de las condiciones socioeconómicas imperantes o de la real necesidad o pertinencia de adquirir determinado producto o servicio.
En estos tiempos hiperconectados los anuncios a la medida, extraordinariamente certeros en lo que respecta a nuestras necesidades del momento, dominan el panorama, y si bien mucha gente se queja de que representan una invasión a la privacidad por basarse los mismos en lo que hacemos online 24/7, hay muchos otros que los consideran útiles y hasta beneficiosos.
En base a lo esta forma de trabajar, donde nosotros mismos como usuarios cedemos información valiosa sin siquiera darnos cuenta, sería fácil pensar que con dejar de usar las redes sociales a modo personal o cambiar de un buscador tan usado y expuesto como Google a otro centrado en privacidad como es el caso de DuckDuckGo resolvemos el problema y cerramos la llave de la privacidad, pero NO. Resulta que no es tan fácil ni tan sencillo como eso.
Recientemente el New York Times publicó un extenso reportaje donde se da cuenta de un método aun más invasivo y subrepticio para desarrollar ofertas y anuncios justo a la medida, aprovechando de manera específica la ubicación puntual de usuario y la actividad que desarrolla en ese momento.
La clave aquí son transmisores de ondas Bluetooth colocadas estratégicamente en supermercados, tiendas, aeropuertos, estaciones de metro, gimnasios, clínicas y un largo etcétera. Estas tienen el potencial de comunicarse con el smartphone del usuario, sin este sospechar siquiera de la acción, y este a su vez, a través de aplicaciones que pueden genéricas o específicas, se encarga de soltar información que en ese momento resulta más que valiosa.
Para que se tenga una idea de cómo funciona esta tecnología o de sus resultados, basta con un ejemplo sencillo: mientras se recorren los pasillos de un supermercado llega una notificación al smartphone. La misma es una oferta de último minuto del establecimiento donde se realiza la compra, relativa a un producto que quizás en algún momento reciente se había contemplado comprar. La reacción más natural ante semejante “ganga” es efectivamente aprovecharla, ¿o no es así?
Hay muchos establecimientos, según el reporte del New York Times, que integran el código necesario a sus aplicaciones para trabajar con esas ondas Bluetooth, pero, con la finalidad de llegar a un público más amplio, hay empresas de marketing que trabajan con aplicaciones de tercero -usualmente genéricas al ser del clima y similares- que a cambio de ciertas facilidades habilitan el mismo intercambio. Al final, independientemente de como se haga, el cliente/usuario es una suerte de blanco móvil que representa una máquina de dinero para los involucrados.
En conclusión, ya no basta con simplemente dejar de usar las redes sociales o moderar el uso que damos a los recursos online: el smartphone es nuestro peor enemigo en estas circunstancias, así que habría que dejar de andar con estos aparatos si realmente quisiéramos escapar a tanta vigilancia y monitoreo.