El arte de escribir no es una habilidad tan común como pudiera parecer, ni mucho menos valorada en su justa medida, y eso quizás explica el fenómeno que se ha venido dando en estos días con ChatGPT, un bot conversacional impulsado por inteligencia artificial que estado generando asombro y temor a partes iguales.
Desarrollado por OpenAI, el mismo laboratorio de investigación de inteligencia artificial que desarrolló los sistemas Dall-E y Dall-E 2 para generación de imágenes en base a simples comandos, ChatGPT llama la atención por lo elaborada y coherente que es la conversación que ofrece.
Como parte de su continuo proceso de investigación, OpenAI ha puesto este peculiar bot a disposición del público, y la reacción no se ha hecho esperar, lo mismo que el eterno debate de si eventualmente seremos sustituidos por una inteligencia artificial que va en constante crecimiento y que da muestras de habilidades y capacidades que se aseenjan sospechosamente a las muestras.
ChatGPT ofrece un buen ejemplo de tales habilidades y capacidades al dar respuestas elaboradas y coherentes ante las preguntas planteadas. Mejor aún, sigue el hilo de la conversación, dando la impresión -en ocasiones- de que se está hablando con otra persona y no con un bot.
Tan bien escribe ChatGPT que en cuestión de segundos es capaz de elaborar un cuento corto, un ensayo o un guion, esto en base a un comando (“escribe un cuento”) y poca información (el bot pide el tema del ensayo para proceder), sin necesidad de proveer algún contexto particular.
OpenAI advierte la posibilidad de que ChatGPT ofrezca respuestas incorrectas a las preguntas que se le hagan, y por tanto no se trata de una fuente confiable o perfecta de conocimiento. Si el bot no conoce la respuesta a la pregunta, entonces indica a su interlocutor que no está familiarizado con el término, al tiempo de pedir información adicional para proseguir la conversación.
Llegados a este punto, es curioso ver como ChatGPT se comporta como un verdadero conocedor del mundo y la buena conversación al usar la nueva información provista para ofrecer detalles de potencial interés.
A diferencia de otros chats, este es muy educado, ofreciendo respuestas completas y cordiales cuando desconoce un término y no perdiendo los estribos cuando se ve en la obligación de explicar -por enésima vez- que su entrenamiento está limitado a ciertas acciones (por ejemplo, este no es un bot capaz de crear ilustraciones; para eso está Dall-E).
Tan “inteligente” es este bot que le podemos pedir ayuda cuando estamos cortos de temas para nuestra columna, blog o plataforma, y justo aquí es donde llega la pregunta de si nos puede llegar a sustituir eventualmente en estas funciones.
La respuesta dependerá de cómo desarrollemos nuestra relación estas máquinas.
Si recordamos que estos bots han sido creados y alimentados por nosotros mismos -todos estamos contribuyendo a este asunto de la inteligencia articial, sin estar plenamente conscientes de ello-, probablemente no haya grandes problemas a futuro.
El peligro de este tipo de tecnología yace en el poder que le otorguemos. Si de repente dejamos de pensar y le pedimos a una máquina tomar decisiones sobre qué publicar, ahí mismo estamos dando cabida a ese futuro tan temido donde las máquinas dominan. Si encima de eso le pedimos que genere ella misma lo que se va a publicar, doblemente peor: la caída tan solo se aceleraría.
Algo que una máquina difícilmente supere es la creatividad y estilo único de cada cual. En un mundo dominado por bots y demás, todo probablemente sea muy uniforme y aburrido.
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