¿Hartos de la inteligencia artificial? Desde hace año y medio todo parece girar en torno a esta tecnología, integrándose la misma a cada servicio, dispositivo y objeto imaginable.
De tanto que se nos bombardea con las fabulosas novedades de la inteligencia artificial, es fácil inferir que el ciudadano promedio en cualquier lugar de la Tierra está no solo harto del tema, sino hastiado y hostigado, pero la cosa se torna peor para quienes son artistas.
Veamos el panorama: desde su lanzamiento en 2010, Instagram se posicionó como la plataforma ideal para artistas darse a conocer a través de sus trabajos, fueran estos fotos, ilustraciones o pinturas.
Por más de 10 años, Instagram ha servido ese propósito, extensivo a emprendedores en cada ramo imaginable.
Instagram, por supuesto, no es la única plataforma para artistas, y quizás ni siquiera sea la mejor, pero es una de las más conocidas y populares para los fines ya mencionados.
Ante la fiebre de la inteligencia artificial y el anuncio en mayo pasado de Meta -la dueña de Instagram- de que todos los contenidos publicados en sus plataformas serán usados en el entrenamiento de su sistema de inteligencia artificial, no pocos artistas han expresado su descontento.
Esta decisión de Meta, de la cual difícilmente podamos escapar, a no ser que seamos ciudadanos de la Unión Europea, ha llevado a algunos artistas no solo a manifestarse contra Instagram, sino a migrar a plataformas como Cara, donde están prohibidos los contenidos generados por inteligencia artificial y donde hay, además, la promesa de no recolectar lo allí publicado para fines de entrenamiento de sistemas de inteligencia artificia;
¿Será verdad tanta belleza? Aquí es donde esta historia toma un giro oscuro: mientras naveguemos por internet y dejemos un rastro digital, ninguno de nosotros está exento de servir de alimento a la inteligencia artificial.
Peor aún, la recolección de nuestros datos, sean estos información personal, búsquedas, comentarios, hábitos de compra online o creaciones artísticas, es algo que viene sucediendo desde que las redes sociales irrumpieron en escena.
Es algo que se ha advertido una y otra vez, pero la gente no hace caso, tal como quedó demostrado con el caso Cambridge Analytica y con las numerosas acusaciones de manipulación que han llovido desde ese entonces sobre Facebook, Instagra, y todo cuanto maneja Meta.
También se vio con la acusación a IBM de usar fotos recolectadas de la Internet, sin permiso alguno y sin contemplar compensación a las partes, para el entrenamiento de sistemas de reconocimiento facial.
Ahora que tenemos una inteligencia artificial que amenaza con sustituir a los humanos en tareas de redacción, diseño gráfico, análisis, ilustración y demás, es que venimos a reaccionar ante lo obvio.
Además de esa posibilidad de volvernos redundantes, lo que más incomoda a la gente y las empresas que han caído víctimas de esta alimentación insaciable de la inteligencia artificial es el hecho de que no hay compensación alguna.
Una vez más, como ocurrió con las redes sociales, nosotros somos el producto, con la ñapa de que somos un producto que pronto podría pasar de moda.