En una región donde la educación pública lucha por mantenerse al día con los retos de la época, Solve for Tomorrow (SFT) ha logrado algo que pocos programas consiguen: hacer que la tecnología vuelva a tener sentido humano. Así lo explica María Fernanda Hernández, gerente de Ciudadanía Corporativa de Samsung, quien ha visto cómo este proyecto se convierte en un punto de conexión entre la escuela, la comunidad y las ganas de hacer las cosas mejor.
El programa parte de una idea sencilla pero poderosa: que la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas pueden ser herramientas reales para resolver problemas concretos, no solo materias que se estudian para pasar de curso. Por eso trabaja con estudiantes del sistema público, porque ahí es donde las brechas se sienten más y donde, aun así, sobra creatividad. Hernández lo resume bien al explicar que SFT no es un concurso, es una plataforma para que los jóvenes entiendan que tienen algo que aportar y que pueden hacerlo desde su propio entorno.
SFT encaja con los valores que Samsung dice asumir en la región —innovación, educación y responsabilidad social—, pero lo importante ocurre en las aulas. En 12 años, el programa ha madurado hasta convertirse en referencia para Centroamérica y el Caribe, con cerca de 7,000 estudiantes dominicanos que ya han pasado por él. Los proyectos hablan por sí solos: energía, agua, sostenibilidad, digitalización… soluciones pensadas desde la necesidad, no desde el manual.
En el país hay casos que marcan la diferencia. El Instituto Politécnico Braulio Paulino ganó este año con un sistema biotecnológico de purificación de agua. En 2021, el Liceo Científico Miguel Canela Lázaro se llevó el título regional con un mecanismo pasivo de captura de energía mecánica. Son historias que demuestran que el talento existe, pero que necesita acompañamiento, tiempo y un espacio para equivocarse sin que eso cueste la motivación.
Ese acompañamiento ha sido clave y viene de varios lados. Los docentes asumen el rol de mentores, algo que el sistema muchas veces no les permite hacer con la profundidad que quisieran. El Ministerio de Educación y otras instituciones han ayudado a expandir el alcance. Y, de paso, el programa ha demostrado que cuando el sector público, la empresa privada y la sociedad civil se alinean en un objetivo concreto, los resultados aparecen.
El impacto llega más lejos que un prototipo. SFT ayuda a que los estudiantes desarrollen habilidades que realmente cuentan: pensamiento crítico, comunicación, liderazgo, capacidad de resolver problemas. No se trata solo de motivarlos a estudiar carreras STEM, sino de que entiendan que la tecnología no es únicamente consumo —pantallas, redes, entretenimiento—, sino un instrumento para crear algo útil. Algunos participantes han seguido luego en Samsung Innovation Campus, otros han conseguido becas. Lo que queda es la idea de que sí es posible, que no todo está fuera del alcance.
Ese cambio de mentalidad es quizá su mayor aporte. En un momento en que la hiperconexión no necesariamente se traduce en claridad ni propósito, SFT les recuerda a los jóvenes que la tecnología puede servir para algo más que distraerlos: también puede ayudarles a entender su entorno, cuestionarlo y proponer soluciones con impacto humano.
Samsung apuesta por ampliar el programa en la región, sumar más herramientas, más alianzas y más experiencias que acerquen la ciencia a las escuelas públicas. Si logra mantenerse fiel a esa ruta, será más que una iniciativa educativa. Será un espacio donde los jóvenes descubran que también tienen voz en la construcción del país que quieren vivir.






