Por meses, la industria de los semiconductores ha estado enfrentando una crisis de insumos que impacta a cada categoría de producto electrónico imaginable: smartphones, wearables, sensores, vehículos, cámaras, televisores y un largo etcétera de productos que se mercadean como “inteligentes”.
En parte, se trata de una situación provocada y agravada por la pandemia que desde marzo 2020 azota al mundo. Bien podría decirse que los problemas empezaron con la primera ola de cierres y aislamientos masivos en respuesta a la COVID-19, pero el problema es aún más profundo y se relaciona con la enorme cantidad de productos inteligentes e interconectados que usamos en el día a día.
Una de las áreas afectadas por esta crisis de lo semiconductores es la de los cartuchos de tinta y tóners para impresoras, y esto es algo que quizás pocos veían venir.
¿Qué ocurre aquí? Sencillo: desde hace años se estila entre fabricantes de impresoras y sus consumibles añadir chips a los cartuchos de tinta y tóners, supuestamente con el objetivo de garantizar la mejor experiencia de uso posible y respaldar la inversión del usuario.
Estos sensores son los que permiten indicar los niveles de tinta disponibles. Son también los que impiden utilizar tóners o cartuchos de terceros, pues estos sensores integran protección a ese nivel, obligando al usuario a adquirir consumibles del fabricante para poder seguir usando el equipo.
Ahora que hay escasez de chips, fabricantes como Canon se han visto en la obligación de liberar a sus usuarios de ese yugo y ofrecerles instrucciones para pasarle por encima a esas protecciones. En pocas palabras, campo libre para consumibles de terceros.
La movida obedece al hecho de que Canon, en las circunstancias actuales, no puede seguir añadiendo chips a sus consumibles. Como estos no serían reconocidos como auténticos por su propio sistema, pues no le queda más remedio que permitir a los usuarios hacer la liberación correspondiente en sus equipos.
Vaya ironía, ¿no es así?