De unos meses para acá, de una manera un tanto involuntaria, quizás, todos nos hemos metido en un abismo del cual no parece haber salida: inteligencia artificial.
Aunque esta es una tecnología que lleva décadas en desarrollo, con avances que paulatinamente se han ido adentrando en la cotidianidad, la actual obsesión con la inteligencia artificial y sus capacidades la debemos a ChatGPT, un chatbot desarrollado por OpenAI que ha sido entrenado para ofrecer un nivel de conversación natural por texto con su interlocutor.
De tanto que se ha hablado de ChatGPT desde noviembre de 2022, ya todos tenemos idea generalizada de por dónde van las cosas: una plataforma “superdotada” que es capaz de ofrecer respuestas y generar documentos completos en apenas segundos, todo en lenguaje coherente y formal, aunque no necesariamente correcto o preciso.
Esta habilidad de generar escritos coherentes, de aspecto profesional, ha llevado a muchos a abusar de ChatGPT, llegando a usarse este avance de la inteligencia artificial en contextos tan indebidos como las universidades y las salas de redacción de webistes, periódicos y otros medios.
Peor aún, hay libros electrónicos a la venta en Amazon que son de la autoría de ChatGPT, aun cuando figure el nombre de una persona en la portada.
¿A dónde hemos llegado? ¿Es legal esto? ¿Es justo para escritores reales que venga una persona a publicar un libro en apenas horas usando recursos como ChatGPT y las facilidades propias de esta era digital? ¿Hacia dúnde nos dirigimos en términos de conocimiento, creatividad y toma de decisiones?
Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta clara en este momento, y lo más probable es que pase mucho tiempo antes de que se debata debidamente la cuestión. Lo mejor que hacemos, entonces, es reflexionar.
Toda tecnología tiene el potencial de ser mal utilizada, y en el caso de la inteligencia artificial generativa, que es la que está en el tapete en la actualidad, las consecuencias de tales acciones terminarán haciendo un daño terrible a la humanidad.
Los efectos ya se están viendo: universidades preocupadas por la entrega de trabajos elaborados por ChatGPT, artistas que se quejan de que Midjourney, Dall-E y otras plataformas que generan imágenes a partir de una entrada de texto roban sus trabajos -sin recibir compensación alguna-, y el temor a que ciertos trabajos sustituyan personal humano por chatbots de conversación fluida son solo algunos ejemplos.
Desde ya se habla de la posibilidad de que artistas gráficos, escritores, periodistas e investigadores se vuelvan obsoletos ante la oleada de herramientas impulsadas por inteligencia artificial, encabezada en la actualidad por ChatGPT y con ramificaciones que están llegando a las búsquedas y la navegación como tal en Internet.
Mientras millones de personas en todo el mundo están fascinadas con las proezas de ChatGPT, Midjourney y demás, este es uno de los posibles escenarios que podría desencadenarse.
Pensar que es una buena idea ceder todo el control creativo, de pensamiento y de toma de decisiones a una inteligencia artificial es, en el mejor de los casos, una ingenuidad.
Todo aquel que usa la inteligencia artificial para sacar beneficio monetario, para acortar su proceso de creación a unas pocas horas (o minutos, según el caso) o para no pagar a teceros por aquellos trabajos que no pueden hacer (ilustradores, por ejemplo), se está engañando a sí mismo.
Si no queremos terminar como seres completamente obsoletos, dependientes enteramente de una máquina, este camino no es factible.