Aire contaminado, ya sea por efecto de chimeneas industriales, uso de pesticidas o quema de combustibles, es una penosa realidad de estos tiempos. Basta con salir a la calle -o al balcón, dependiendo de la severidad del caso- para darnos cuenta de que el aire limpio es un privilegio cada vez más reducido.
La situación
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? El tema es viejo y lleva al menos 30 años debatiéndose de manera activa. Primero fue la cantaleta con la capa de ozono y el agujero causado por el abuso de la humanidad, con mayor incidencia en lugares australes como Australia y Argentina. Luego fue la conversación sobre el cambio climático, un tema intrínsecamente ligado al anterior, con esfuerzos poco entusiastas por combatirlo por parte de las grandes potencias industrializadas.
El tema de la contaminación tiene muchas aristas. CFCs, abuso de plásticos, quema indiscriminada de combustibles, ignorancia colectiva, usurpación de áreas verdes para uso industrial y políticas poco adecuadas han contribuido a un fenómeno que poco a poco ha ido creciendo hasta convertirse en una gran amenaza a corto y largo plazo.
A largo plazo se habla de la desaparición de islas y ciudades tan conocidas como Nueva York, las cuales se prevé quedarán sumergidas por efecto del calentamiento global. En lo inmediato, sufrimos las consecuencias de la incesante contaminación a nivel de nuestras vías respiratorias, con manifestaciones igualmente en la piel.
Midiendo la contaminación
En ciudades como Londres, Ciudad México y Pekín, donde la contaminación es densa y extensiva, es normal que el estado del tiempo y climático se haga acompañar de un detalle de la calidad del aire. Los resultados, usualmente nada halagüeños, permiten a ciudadanos tomar precauciones y a autoridades tomar medidas que variarán según el caso.
En países como República Dominicana, donde estamos conscientes de la situación pero en realidad no la tomamos en serio hasta que nos pasamos meses con situaciones respiratorias que se rehúsan a abandonar el cuerpo, estas mediciones no son comunes, de la misma forma que tampoco lo son las regulaciones sobre emisión de desechos de combustibles y similares.
Para casos como el nuestro, y también como una medida de precaución personal, Plume Labs ha desarrollado un medidor portátil de aire llamado Flow que se basa en inteligencia artificial y big data para su funcionamiento.
Más que simplemente medir el aire y conocer los niveles de contaminación, Flow tiene el objetivo de convertirse en el aliado de los usuarios -y eventualmente de las comunidades- al permitir descubrir espacios de aire menos contaminado (y quizás hasta limpio, todo depende) y contribuir a crear consciencia a nivel individual.
La startup, con sede en Francia, tiene una visión de aire limpio para todos que empezó en 2014. El primer producto de Plume Labs fue un reporte de la calidad del aire que inicialmente estaba disponible para 150 ciudades a través de una aplicación. Al día de hoy son 400 ciudades incluidas en el reporte, con el detalle de que para fin de año estará disponible en todas partes.
Respecto a Flow, el dispositivo está diseñado para tomar muestras de los contaminantes más dañinos para hacer la evaluación de lugar. A tal efecto toma en cuenta compuestos orgánicos volátiles (usualmente químicos), material particulado (PM2.5 y PM10 en referencia a partículas de polvo finas y extrafinas, así como restos aerosol sólido) y dióxido de nitrógeno proveniente de generación de electricidad y diesel.
Flow, con estructura en acero inoxidable, tiene un peso de apenas 70 gramos. Viene con su estación de carga y cable USB para los fines. Si te interesa, está en preorden a un precio especial de 139 dólares.
ACTUALIZACION: El precio oficial de Flow es 179 dólares, disponible a través del website de Plume Labs
ACTUALIZACION: a partir de diciembre 17 Flow ya está a la venta en Estados Unidos, Francia, Reino Unido y el resto de Europa. Su precio es 179 dólas. Las preórdenes ya han sido honradas.