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¿Realmente nos hace falta un metaverso?
Metaverse 2

¿Realmente nos hace falta un metaverso?

La humanidad, tan convulsa en este momento, se dirige hacia un abismo existencial que tendrá por morada final el tan cacareado “metaverso” que Mark Zuckerberg y compartes pretenden construir desde ya.

A simple vista, el metaverso no tiene nada de malo. Se trata de un mundo colorido y mágico donde podemos asumir cualquier rol que nos plazca y cambiar de mundo o escena según se nos antoje, interactuando de paso con amistades y otros residentes en ese universo paralelo.

Visto así, el metaverso es solo un juego, uno muy sofisticado y realista al que se tiene acceso a través de gafas y cascos de realidad virtual, pero… las apariencias engañan.

El metaverso representa numerosas oportunidades a varios niveles. De entrada, es una forma de dar vigencia a una tecnología muchas veces elogiada pero poco utilizada en la práctica. Hablamos, por supuesto, de la realidad virtual y la incomodidad que representa el tener que usar esos pesados cascos y gafas para poder disfrutarla.

Ante la oportunidad de escapar de la aburrida vida real por un rato para disfrutar de manera inmersiva en entornos dinámicos, pocos serán los que levantarán la objeción del casco, algo que sí ocurre a menudo en el ámbito actual de los videojuegos y otras experiencias similares.

Si el metaverso no pasa de ser un entretenimiento, ¿cómo es que tiene el potencial de conducirnos hacia un abismo casi final? Hay muchas paradojas y señales de alarma sutiles que rodean al concepto.

El metaverso, según la visión de Zuckerberg, será un espacio para ayudar a la gente a conectar entre sí, encontrar comunidades y desarrollar negocios, cosas que de por sí hacemos en el mundo físico terrenal.

¿Realmente necesitamos un entorno virtual para hacer estas cosas? ¿Cuál es el atractivo de lo virtual? Cuando Facebook debutó como red social en 2006, Zuckerberg prometió algo similar: conectar y reconectar gente, crear comunidades, hacer crecer los negocios… y miren en lo que devino ese experimento.

El metaverso podría tener efectos aún peores que Facebook, si llegara a desarrollarse como se pretende, y quizás lo peor del caso es no se le ha dado cabeza a este asunto de manera profunda.

Desde que Zuckerberg salió con sus planes de desarrollo del metaverso, no han sido ni una ni dos las empreas o industrias que han expresado su interés de pertenecer a ese mundo mágico.

Nike fue una de las primeras, y ni hablar de Epic Games o Roblox, donde un entorno de este tipo de por sí les resultaría una suerte de evolución natural.

La idea de jugar un videojuego y sentir que estamos dentro de ese mundo es atractiva, y es la razón por la que se ha innovado tanto a nivel de pantallas, audio, gráficos y accesorios, con gran éfasis en retroalimentación háptica.

Lo de videojuegos inmersivos se entiende, pero, ¿tiene todo que ser así? ¿No es el mundo real lo suficientemente inmersivo en lo que respecta a interacciones con otros, negocios y demás?

El futuro, de cara al metaverso, podría ser truculento, pero eso no importa si Meta y demás pueden hacerse de un buen dinero.

Nosotros, como los peones que somos en esta jerarquía, estamos dispuestos a caer en la trampa de trabajar, comprar y divertirnos por horas en ese entorno virtual, esto en detrimento de nuestras vidas reales, nuestra salud y quizás hasta de nuestros ingresos, pues lo más probable es que la productividad sufra.

Si esto parece exagerado, hay antecedentes a analizar, empezando por la propia Facebook y juegos tan adictivos como Farmville y Candy Crush. En su momento de apogeo, no fueron ni una ni dos las empresas que notaron una baja en la productividad de sus empleados.

Quizás lo peor de todo será que mientras nos estemos deslumbrando con el metaverso, las compañías hábiles que supieron aprovechar la oportunidad y el entorno nos estarán sacando data y metiendo anuncios a partes iguales para seguir llenándose los bosillos.

También pudiera ocurrir que, mientras nos deleitamos con mundos perfectos, la Tierra como tal siga deteriorándose hasta un punto de no retorno. Y así, de repente, una mirada tan tétrica al futuro como la ofrecida por la película animada Wall-E hace unos años ya no parece tan lejana o exagerada.

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AUTORA

ROCIO DIAZ

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