En estos tiempos modernos e hiperconectados en que nos ha tocado vivir, hay una grandísima paradoja que nos saca a diario la lengua: a más tecnología, menos civilizada la gente.
Siendo el caso que mucha de esta tecnología está diseñada para facilitarnos la vida y propiciar el intercambio de ideas sin barreras, ¿cómo es esto posible?
Varias teorías surgen para responder a la pregunta. Por un lado, tanta tecnología idiotiza al resolvernos casi todo con tan solo pulsar un par de botones. Todo es automático, y en esa misma medida dejamos de utilizar el cerebro para pensar o recordar.
Luego está el fenómeno de las redes sociales, donde, gracias a la ambición de Mark Zuckerberg y otros, se prioriza contenido tan malo como controversial, todo sea para generar una reacción poderosa como lo es el enojo. Es así como nos ahoga la basura digital, con todo y su carga de noticias falsas.
Un tercer factor que explicaría el fenómeno tiene que ver con que nos hemos acostumbrado a que los servicios sean gratis o casi gratis, casi siempre a cambio de regalar nuestros datos para luego ser usados en nuestra contra en la forma de anuncios personalizados.
Cada uno de estos puntos es fácil de demostrar, y lo más probable es que de alguna forma u otra los experimentemos con frecuencia. Ahora bien, ¿realmente la suma de estos factores explica la falta de civilización? Aún faltan elementos.
El estar todo el día absorto en una pantalla, viendo las vidas perfectas de influencers en redes sociales y disfrutando de las locuras de aspirantes a influencers, termina normalizando ciertos comportamientos. Así, por ejemplo, es común que en una mesa de amigos en un bar o restaurante cada uno esté interactuando con sus teléfonos y no entre sí. También ocurre con los descarados que se toman selfies en un funeral o cualquier otra situación que se entienda como solemne y de respeto.
La gente de este tiempo se ha llegado a creer el cuento de que cualquiera puede ser influencer y vivir de hacer morisquetas en TokTok, Snapchat o Instagram. Este afán de alcanzar rápidamente estatus de celebridad y ganar dinero fácil ha llevado a muchos a no optar por una carrera universitaria y, en cambio, dedicarse a la creación de contenidos. Otros se decantan por las oportunidades de la “gig economy”popularizada por Uber y otros, tan solo para quejarse después de no ganar lo suficiente y no contar con ninguna facilidad.
La gente todo lo quiere fácil. Nadie quiere fajarse o pasar trabajo, y es tan así que el fenómeno de ladrones de paquetes va en aumento en Estados Unidos, por aquello de que me lo merezco y no me importa a quién hago daño.
La paradoja de todo esto es que estamos más vigilados que nunca, y no necesariamente por el gobierno, sino por nosotros mismos. Estamos rodeados de cámaras, y lo más probable es que tengas una en la mano al momento de leer esto. Casas de todo tipo tienen sus cámaras inteligentes, revisando no solo el frente, sino los alrededores, para atrapar a mañosos e intrusos que anden por ahí.
Compañías como Amazon se han dado cuenta del potencial de vigilancia colectiva a a través de sus productos Ring, que incluyen videotimbre y otras propuestas. Grandes redes de CCTV se han conformado en zonas residenciales cuyos residentes han optado por unirse al programa de Amazon para los fines, sin saber muchas veces lo que ello conlleva o sus posibles consecuencias en el futuro.
Y mientras esto pasa, tenemos gente cada vez menos pensante y social, solo atentas al metaverso, el comercio en el espacio y la próxima tendencia a seguir en tecnología.
Sin darnos cuenta, hemos llegado a un punto en donde, literalmente, nuestras vidas pertenecen a Facebook, Google y Amazon. ¿Despertaremos algún día? Lo dudo.