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Y cuando crees que ya no hay más uso para tu data, te vuelven a sorprender
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Y cuando crees que ya no hay más uso para tu data, te vuelven a sorprender

Desde que despegó la Internet a mediados de los 90s se viene hablando de una era de la información que poco a poco fue evolucionando hasta dar paso a lo que hoy se conoce como la era de la experiencia, caracterizada por abundancia de recursos online, modelos de negocio disruptivos y una facilidad nunca antes vista de generar contenido y compartir opiniones por esa misma vía. 



Central a esta era de la experiencia, donde indiscutiblemente las redes sociales juegan un papel preponderante, ha sido el aprovechamiento subrepticio y sin consentimiento alguno de la data que de manera voluntaria y no siempre consciente dejamos ahí, ya sea por conveniencia o por formar efectivamente parte de la experiencia digital/virtual de estos tiempos. 

Esa data que dejamos online poco a poco va formando un perfil o huella de nosotros mismos que facilita varias cosas a varios niveles: en el plano individual, por ejemplo, permite dirigir ofertas y publicidad que se ajustan a nuestras necesidades, preferencias y gustos; a nivel grupal, ofrece un vistazo a gran escala de patrones que pueden llevar a esquemas inteligentes de negocios y soluciones igualmente inteligentes en transporte, ciudad y otras áreas. 

Todo lo que hacemos online deja un rastro que puede aprovecharse

A lo largo de la última década ha habido abundancia de instancias y recursos para efectivamente capturar data masiva sin costo alguno, empezando por la hoy vapuleada Facebook y siguiendo por servicios que a través de los años se han modificado o bien perdido vigencia: FourSquare, Pinterest, Twitter y un larguísimo etcétera. 

Una realidad de estos tiempos dominados por recursos online es que dejar data por ahí, al alcance de terceros, es inevitable, de la misma forma que también lo es dejar rastros que facilitan efectivamente una recreación aproximada de nuestros movimientos a nivel físico y digital, junto con cualquier otro insight que fácilmente puede inferirse con análisis y algoritmos cuidadosamente desarrollados y aplicados. 

Este escenario nos lleva a una cuestión ética que tuvo su máximo momento el año pasado cuando estalló el escándalo Cambridge Analytica y Facebook quedó embarrado hasta la coronilla: ¿hasta qué punto es aceptable un modelo de negocios que se basa en el aprovechamiento de data que millones de usuarios aportan cada día sin siquiera darse cuenta? Es innegable que en ocasiones el usuario se beneficia de esos usos y desarrollos, y no se puede obviar el poder de big data en toma de decisiones estratégicas a nivel corporativo, gubernamental y de logística. Después de todo, las estadísticas bien estudiadas y aplicadas ofrecen una panorámica que facilita justamente este tipo de acciones. 

El problema con la data es el dilema que ella encierra: bien utilizada ofrece una oportunidad de solucionar grandes problemas, pero a la vez deja abierta una significativa brecha de violación a la privacidad y otras consecuencias indeseadas. El debate en torno a esta dicotomía es grande y no tiene indicios de parar, de la misma forma que no parecen tener fin los posibles escenarios de uso de una data que efectivamente ha sido abusada por compañías que poco o nada devuelven a sus usuarios y que para colmo las someten a usos cuestionables, como se vio con el tema de las elecciones de 2016 de en Estados Unidos.

A veces da la impresión de que el fiasco Cambridge Analytica poco o nada hizo por cambiar el rumbo que llevan las principales compañías de tecnología. Con cada día que pasa aparecen más noticias de uso indebido de data colectiva, de mal manejo de la misma -resultando incluso en hackeos imperdonables– y nuevas aplicaciones en el mundo real. 

Prueba de que la data es una suerte de manantial infinito es la más reciente propuesta de Google en cuestiones de ciudades inteligentes: un programa que involucra data de ubicación de teléfonos móviles para ayudar a la planificación urbana de manera organizada y fluida. Este programa, llamado Réplica, fue presentado en abril de 2018 y está siendo ejecutado a través de su subsidiaria Sidewalk Labs.

Tal como sugiere su nombre, el programa Réplica busca replicar los movimientos y retos de una ciudad a partir de una población anónima que provee datos claves a través de la ubicación de sus móviles. Para evitar escándalos o aumentar aun más la preocupación del público, el programa no usará data de Google, sino que la misma será provista por compañías de telecomunicaciones y otros que agregan ubicación móvil a través de aplicaciones. 

Según lo contemplado, Réplica podría ofrecer data en tiempo real sobre la cantidad de personas usando una carretera y el modo de transporte. La cantidad de decisiones que pueden sacarse a partir de esos insights es alta, con aplicaciones que potencialmente beneficiarán a los ciudadanos al permitir una toma de decisiones estratégicas para mejorar el flujo vehicular. 

Aun cuando Sidewalk Labs hace énfasis en que la data para el programa Réplica llega sin identificación mediante distintos métodos que la vuelven anónima, las dudas y el escepticismo en lo que respecta a privacidad persisten. En gran parte el hecho de que se trata de una subsidiaria de Google no ayuda, sobre todo cuando vemos el pésimo historial que tiene en manejo y uso adecuado de la data directa o indirectamente provista por sus usuarios. 

La conclusión de momento es que no hay quien pare el uso y aprovechamiento de data, y si bien se reconoce que en muchas instancias es útil y resulta beneficioso, precedentes como Cambridge Analytica urgen de una regulación más formal. El gran  problema es que ahora mismo el mundo está muy convulso y ni siquiera en los propios gobiernos se tiene fe, por tanto se duda que haya alguna solución que satisfaga a cada parte involucrada. 



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AUTORA

ROCIO DIAZ

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