Bajo la premisa de conexiones más rápidas y estables, capaces en teoría de alcanzar 10 Gbps en descargas, las redes 5G se perfilan desde ya como uno de los temas a dominar en 2019, sobre todo porque ya se están dando los primeros para su despliegue en Estados Unidos, Europa y otros mercados.
Compañías como Huawei, que aun bajo escándalo lidera el tema, Qualcomm y Ericsson llevan meses haciendo las más variadas demostraciones de una tecnología que ha estado pensada más que nada para el fenómeno de Internet de las Cosas (IoT) y que haría posible llamadas holográficas sin latencia alguna debido a su estabilidad y velocidad.
Comparado a 4G, LTE y cualquier otra red anterior, 5G es una tecnología de conectividad muy superior; una especie de sueño hecho realidad para una población mundial que se ha acostumbrado a la vida digital, a estar siempre conectada a internet, y que justifica además que sigan saliendo más productos “inteligentes” para hogar e infraestructura porque ese es, después de todo, el futuro de ciudades y vidas que en teoría serían más sostenibles.
¿Será cierto? Conectarse a Internet no es malo. Al contrario, bien utilizado, este recurso es sumamente valioso en cuestiones educativas, de preservación cultural y de interacción entre la gente. 5G, en teoría, permitiría hacer esto con mucha más facilidad, ofreciendo de paso el desempeño necesario para los miles de millones de dispositivos conectados, los cuales se estima alcanzarán 30 mil millones de unidades en 2020, pasando a nada menos que 75 mil millones en 2025.
Pese a los evidentes beneficios asociados a la tecnología 5G, hay una preocupación latente por el lado de la salud y el medioambiente, pues esta red estará basada en el aprovechamiento de ondas de frecuencia extremadamente alta -de 30 a 300 GHz, según definición UIT- para cumplir su promesa de comunicación con latencia prácticamente nula entre equipos, pasando de un retraso de 50 milisegundos en 4G a apenas 1 milisegundo. Esta diferencia se reflejará a nivel de comunicación entre equipos, la cual será prácticamente en tiempo real.
Estas ondas de espectro de altísima frecuencia viajan distancias muy cortas y son susceptibles a edificios y elementos como plantas y lluvia, lo que significa que se pierden, bloquean o absorben fácilmente. Obviamente a nadie le interesa una comunicación interrumpida, por tanto, para hacer su trabajo, se requiere de reforzar una infraestructura que de por sí es habitual: antenas, torres celulares y afines.
La preocupación con 5G empieza justamente por esta premisa: más antenas significa mayores emisiones de radiofrecuencia, y estas, aunque ni se ven ni se sienten, están asociadas a diversos problemas de salud. El poder de las radiofrecuencias lo experimentamos cada vez que pasamos por un lugar donde hay muchas antenas y de repente el radio del carro se vuelve loco. También cuando la imagen del televisor se distorsiona en respuesta a una antena recién instalada en el área.
De la misma forma que las radiofrecuencias afectan las señales de los equipos, provocando interferencias y distorsiones, estas afectan la salud humana por la sencilla razón de que nuestros propios cuerpos son eléctricos y reaccionan al estímulo, usualmente de manera negativa.
Aunque no hay evidencia concluyente de que las radiofrecuencias causen cáncer, debe tomarse en cuenta que en el año 2011 fueron clasificadas como potencial cancerígeno tipo 2B (baja probabilidad, aunque hora mismo se pone en duda que así sea) por la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer de la Organización Mundial de la Salud. Fuera de esto, hay estudios que las vinculan a roturas en las cadenas de ADN (una causa comprobada de cáncer), interrupción del metabolismo celular, daños oxidativos y generación de proteínas de estrés.
En pocas palabras, la vieja duda de si hablar por celular causa tumores cerebrales es ahora una posibilidad real, tanto que los fabricantes aconsejan en letra muy pequeña no acercar los smartphones y afines a una pulgada de nuestro cuerpo.
Estamos rodeados de radiofrecuencias y ello, según testimonios de profesionales de la salud y miembros del sector tecnológico que han sufrido los embates, explicaría ciertas epidemias (diabetes, por ejemplo) y la frecuencia de síntomas como dolores de cabeza, fatiga, agotamiento mental y sensación generalizada de malestar que se reportan muchas veces en la proximidad de medidores inalámbricos, routers y cualquier otro dispositivo “inteligente” (léase, conectado) e inalámbrico. 5G es justamente una tecnología pensada para el mundo inalámbrico, y por ello se contempla que aproveche la frecuencia 24-86 GHz.
¿Cómo reacciona nuestro cuerpo a estas radiofrecuencias? La respuesta yace en nuestra piel: más del 90% de la radiación microondas es absorbida por la epidermis y la dermis. Peor aun, los conductos de sudor en la parte superficial actúan como antenas que responden a los campos electromagnéticos, llegando incluso a activar receptores de dolor en respuesta.
Dada la omnipresencia de antenas, routers, dispositivos inteligentes y demás, es poco lo que podemos hacer para reducir la exposición a las radiofrecuencias. Lo peor del caso es que no solo la salud humana se ve afectada: toda forma de vida, e incluso el medioambiente, también sufren las consecuencias. Los fabricantes tienen la responsabilidad de hacer equipos más seguros para consumo humano, pero de igual forma las compañías de telecomunicaciones deben poner de su parte e investigar el tema más a fondo. De momento el cableado (fibra óptica) parece ser una alternativa mucho más segura.