Escenas de pánico se vivieron el lunes 28 de abril en partes de Europa cuando, de repente, dejaron de funcionar semáforos, trenes, y un sinnúmero de sistemas.
¿Qué pasó aquí? Algo que para nosotros, los dominicanos, no es ninguna novedad: un apagón masivo.
El fallo energético, cuya causa definitiva aún se desconoce, afectó a la península ibérica en su totalidad, así como a Portugal y partes de Francia e Italia.
Dada la rareza del evento, pues no es frecuente oír hablar de apagones en Europa, y mucho menos de uno masivo, las especulaciones no tardaron en salir: que si fue sabotaje, un acto terrorista o qué.
Asimismo, dado el alcance del apagón y su prolongada extensión -el lunes en la noche aún no se restablecía del todo la electricidad en España y se adviertió igualmente que podría ser un proceso de días- la gente reaccionó muy mal, abarrotando gasolineras y arrasando en los supermercados.
La respuesta al apagón en España recuerda en cierto modo la locura que se vivió durante la pandemia por COVID-19 cinco años atrás, donde era común artillarse como si el fin del mundo estuviera a la vuelta de la esquina.
Si bien un apagón es un gran inconveniente, y en teoría no debería ser una ocurrencia en el mundo moderno e hiperconectado de hoy, la realidad es que no se trata del fin del mundo. Peor que eso, la posibilidad de apagones más continuos y frecuentes es una amenaza real de cara al desarrollo de la inteligencia artificial y el consumo desmedido que hacemos de un recurso que aún no dominamos o comprendemos del todo.
Si a eso sumamos que el planeta y sus recursos viven eternamente presionados por una población humana que no para de crecer y que en esencia está acabando con todo, nos damos cuenta de lo necesario que es prepararnos para un futuro de electricidad precaria
Ya en República Dominicana hace rato que cogimos alante, y tenemos suficiente experiencia no solo para lidiar con los apagones y sobrevivir sin electricidad, sino también para que las cosas sigan corriendo y funcionando con normalidad.
Volviendo al caso europeo, abundan las teorías de conspiración que involucran ciberataques, que hablan de una posible participación rusa o de un acto terrorista. Las fuentes oficiales, sin embargo, hablan de un supuesto fenómeno atmosférico de temperaturas variantes muy altas que causaron oscilaciones anómalas en líneas de muy alto voltaje, provocándose un efecto de desconexión en cascada. Portugal, en efecto, afirma que el fallo se originó en España.
Esta versión se ha puesto en duda porque residentes y visitantes en España afirman que las temperaturas no han estado tan altas. Asimismo, es la primera vez que sucede un apagón de esta magnitud.
Existe la posibilidad de que una dependencia cada vez mayor de fuentes renovables de energía en la red energética española haya jugado un rol: expertos advierten que hay una mayor propensión a fallos y cortes energéticos por un tema de balance de red cuando se usan estas alternativas. Si la generación está muy por debajo o muy por encima de los niveles establecidos, hay potencial para problemas.
Dentro de la Unión Europea, España se ha posicionado como líder verde: el año pasado alcanzó una proporción de 56 por ciento de fuentes energéticas renovables, y la meta es llevarlo a 81 por ciento para 2030.
De hecho, el pasado 16 de abril se marcó un hito cuando se logró hacer cobertura eléctrica 100 por ciento derivada de fuentes renovables por unas horas.
Eventos como el apagón de esta semana en España y Portugal nos recuerdan la fragilidad de la modernidad y la tecnología. Es en momentos como esos que nos damos cuenta del valor de la precaución y la contingencia. Sobre todo, de la importancia de no desechar métodos manuales y «antiguos».
