Las redes sociales, tal como sugiere su propio nombre, son lugares virtuales diseñados para interactuar y compartir con la gente dentro de comunidades que en gran medida creamos nosotros mismos a partir de nuestros gustos y preferencias.
Si bien es cierto que normalmente se empieza a construir una red con los familiares y amistades que conocemos en la vida real, la idea por diseño es establecer conexiones e interacciones con personas fuera de ese núcleo.
El resultado de esta visión ya lo conocemos de sobra: por vía de estas redes, sin importar su naturaleza, han surgido matrimonios, colaboraciones profesionales y comunidades de intereses específicos dentro de las cuales se dan interacciones tanto individuales como colectivas que en ocasiones transcienden al mundo físico.
Más allá del aspecto social, las redes ofrecen un soporte a negocios y empresas que ha resultado invaluable, pues no solo ofrecen valiosos insights que sirven para desarrollar productos y campañas orientados a las necesidades o preferencias reales de sus clientes, sino que ofrecen por demás un canal de comunicación que a menudo resulta más directo y efectivo que los tradicionales medios de servicio al cliente.
Sí. Las redes sociales son un poderoso recurso que sobrepasa por mucho lo que se entiende como su concepción inicial. Como todo en la vida, las redes no son enteramente buenas, y esto también es algo que muchos de sus usuarios ha experimentado de manera directa.
Al hablar de la parte negativa de las redes lo más común es pensar en fenómenos penosos como el acoso o el cyberbullying que suele darse a este nivel, a veces con consecuencias insospechadas. Peor que eso, sin embargo, es la cuestión de “fake news” que lleva desde 2016 causando estragos globalmente, sin visos de parar pese a la implementación de sistemas de moderación que emplean tanto personal humano como sistemas de inteligencia artificial.
A menudo las “fakes news” se hacen acompañar de mensajes de odio y propagandas sesgadas que siguen determinados intereses e ideologías, situación que complica aún más un panorama que resulta a simple vista bastante complejo.
Podemos pensar que somos inmunes a estos fenómenos. Podemos afirmar que somos lo suficientemente inteligentes como para no caer en el gancho de noticias falsas, desinformación y mensajes de odio. En la práctica, las cosas no son así y si algo exacerba estos elementos es precisamente el hecho de que la gente, incauta la mayoría de las veces, comparte esas cosas sin leer, sin verificar y, sobre todo, sin pensar en las consecuencias.
El resultado del panorama descrito en el párrafo anterior es una sociedad global marcada por las paradojas: la gente, en especial las nuevas generaciones (millennials, Z, o la que venga después), se muestra susceptible a cualquier crítica y peca de ser extremadamente sensible ante causas que no representan a la mayoría. Hay todo un movimiento de libertad de expresión, inclusión y respeto que a su vez da como resultado discursos de odio que no siempre se leen o se captan como tal.
Dentro de esta enorme paradoja se da la dicotomía de que todos tenemos una voz pero a la vez esa voz nos hace susceptibles y hasta nos victimiza en determinadas circunstancias. Quizás lo peor de todo sea que estas redes sirven de calvo de cultivo para atentados y masacres que se hacen cada vez más comunes, siendo el ejemplo más reciente el incidente en El Paso, Texas, a manos de un joven estadounidense de 21 años que quería “proteger” a su país de una mal llamada “invasión hispana”.
En las últimas masacres registradas, dentro y fuera de Estados Unidos, las redes sociales andan bailando, a veces de manera preponderante, y eso necesariamente lleva a una reflexión respecto a la forma en que se usan y la intrínseca naturaleza humana que tarde o temprano termina desviando las cosas.