Han pasado casi tres meses desde que la administración Trump en Estados Unidos impusiera un bloqueo a Huawei como consecuencia de la guerra comercial con China y durante ese tiempo las especulaciones en torno a lo que haría el fabricante chino para mantenerse a flote no han cesado, resultando de especial interés la parte del sistema operativo.
Para nadie es secreto que Huawei llevaba algún tiempo trabajando en su propio sistema operativo, en parte previniendo un bloqueo de esta naturaleza, en parte por cuestiones estratégicas. Lo que no se sabía a ciencia cierta era qué tan avanzado estaba el proyecto o cual era la visión detrás del mismo.
Pues bien, hoy el sistema operativo es una realidad, y resulta curioso que es el fruto de 10 años de trabajo, con mucha investigación y desarrollo de por medio.
El escenario elegido para presentar el nuevo sistema operativo, llamado Hongmeng o Harmony OS según el mercado al que vaya destinado, fue la conferencia anual de desarrolladores que realiza Huawei desde hoy, 9 de agosto, hasta el día 11 en la ciudad de Dongguan, China.
Sería fácil decir que Harmony OS -la versión “internacional” de Hongmeng, el nombre que siempre se mencionó y que va destinado al mercado chino- es la respuesta de Huawei ante el bloqueo impuesto por la administración Trump, pero la realidad es que trata del resultado de una visión que toma en cuenta tanto las necesidades futuras de usuarios de equipos de consumo personal como los riesgos que supone un mercado internacional cada vez más enrarecido por vía de ideologías extremas, fake news y demás fenómenos asociados.
Es así como se explica que Harmony OS no es un sistema operativo orientado a smartphones ni es tampoco algo cerrado y exclusivo para los equipos de Huawei. No, nada de eso. Esta propuesta de Huawei va dirigida a cualquier equipo, sea smartphone, smartwatch o gadget IoT, y a cualquier plataforma y escenario posibles.
La meta de Huawei con Harmony OS es ofrecer una alternativa que ofrezca seguridad fortalecida y latencia reducida al usuario, y para ello han desarrollado una arquitectura de microkernel que elimina cualquier legado de Linux, algo que todo usuario de Android con conocimiento del tema ha sufrido alguna vez (o muchas) en carne propia. Al tratarse la parte central de un microkernel se sobreentiende que esta es una versión simplifcada y más ligera, condiciones que se reflejarían más adelante en desempeño más ágil y flexible a la hora de repartir los recursos entre las diferentes aplicaciones presentes.
La propuesta de Huawei es interesante, pero justamente podrían ser las aplicaciones -o ausencia de- el talón de aquiles que impida una presencia global o dominante como la que aspira la compañía. Desarrollar aplicaciones no es una tarea fácil, sobre todo cuando hay tanta variedad de equipos y condiciones, y esto es algo que en el caso de Android sobre todo aplica. Agregar un tercer competidor o elemento tan solo complica el panorama, sobre todo desde un punto de vista de factibilidad porque eso requiere de una inversión (en recursos, personal y tiempo) y la misma carecería de sentido si no hay un público que lo justifique.
Las aplicaciones fueron el elemento clave en el pobre desempeño de Windows Phone en su momento, y algo similar ocurrió con Tizen de Samsung. En el caso de Huawei las cosas podrían ser diferentes por el factor chino: en este vasto mercado lo más probable es que se le de apoyo al nuevo sistema operativo, y eso empujará a desarrollar las aplicaciones. A partir de este punto sería cuestión de ver si Huawei logra una presencia importante fuera de China o si esas aplicaciones tendrían uso fuera de ese país.
Mientras tanto, si había preocupación respecto a qué pasaría en el mediano y largo plazo con los teléfonos de Huawei por el lado de Android, la misma compañía se ha encargado de dar una respuesta concreta. Ahora habría que ver como resuelven la cuestión de procesadores, ranuras de memoria y demás, pues en esta semana, luego de que en junio hubiese un rayo de esperanza, la administración Trump recrudeció el bloqueo en respuesta a una escalada en el conflicto comercial Estados Unidos-China.