Seguramente llevas tiempo oyendo hablar del “Internet de las Cosas”, pero es probable que no te quede claro qué significa eso o cómo te afecta. Para entenderlo basta con mirar a tu alrededor: casi todos tus dispositivos se comunican entre sí de una forma u otra, tendencia que se espera siga creciendo para incluir ropa y otros elementos.
¿Es bueno esto? Depende de cómo se mire. El hecho de que puedas abrir tu puerta antes de llegar a ella con solo dar un comando de voz al smartphone, sin necesidad de rebuscar las llaves o de liberar tus manos, es un ejemplo funcional del Internet de las Cosas, el cual se extiende a vehículos, hoteles e instancias similares. No hay duda de que esta es una comodidad a la que fácilmente nos podemos acostumbrar, similar a sistemas automáticos de apagado de luces, pero, como ocurre con toda tecnología, tiene sus riesgos.
Hay un problema inherente en todo esto, y es que la tecnología, sin importar para qué fue hecha o de cuando data, es propensa a fallar. Con los vehículos que integran funciones automatizadas se ha visto el caso, con un ejemplo muy reciente ocurrido justamente en Santo Domingo con la demostración de un Volvo equipado con sistema de frenado automático. Está también la cuestión de que la privacidad y la seguridad se hacen más vulnerables en la medida en que todos estos sistemas y dispositivos se comunican entre sí, demostrado en numerosas ocasiones en conferencias de hackers y similares.
Pese a estos riesgos, no se puede negar que hay beneficios que derivan del Internet de las Cosas: se facilita la recolección de big data para fines de estadísticas, ciertos procesos pueden automatizarse para comodidad del usuario, hay importantes ahorros de tiempo y en general más eficiencia.
Internet de las Cosas es la evolución natural de tanta conectividad y tecnología que nos rodea: así como el smartphone puede llevar un monitoreo de nuestros signos vitales, los mismos pueden ser compartidos a nuestro médico en la nube para tener un expediente completo, al día y disponible para cualquier emergencia. Asimismo, la nevera puede informarnos cuando algo falta o se está dañando, mientras que el aire acondicionado puede advertir que está a falta de mantenimiento antes de dejar de funcionar.
En 2014 el mercado del Internet de las Cosas, conocido como IoT por sus siglas en inglés, estaba valorado en 655.8 mil millones de dólares. La firma de investigación IDC estima que para 2020 el valor se triplicará, rondando 1.7 billones de dólares, una tasa promedio anual de crecimiento de 16.9%. Eso implica que la conectividad entre dispositivos se disparará, aupada por sensores cada vez más especializados y económicos.
Las cifras son impresionantes, pero, ¿nos beneficiaremos todos de esta revolución? Para que el Internet de las Cosas realmente funcione y haga sentido es necesario contar con conexiones confiables y robustas. En ese sentido, hay mucho desnivel en el mundo: mientras que en Corea del Sur y otros países asiáticos el internet prácticamente vuela, en Estados Unidos, nuestro punto de referencia por excelencia, las quejas de los usuarios llueven. Aquí en República Dominicana, pese a la presencia de importantes compañías extranjeras, tampoco estamos conformes. Y ni hablar de los 4 mil millones (estimado) en el mundo que simplemente no tienen acceso a conexiones.
Pensando en el escenario del Internet de las Cosas es que actualmente se desarrollan tecnologías 5G, siendo Samsung una de las compañías que participa en ello. Justamente en esta semana la Unión Europea, que planea invertir 700 millones de euros en esa tecnología, escogió los 19 proyectos 5G que se beneficiarán de esos fondos en una primera etapa, que incluye un aporte de 128 millones de euros.
El tema del Internet de las Cosas se no se limita a conectividad: se requiere de una plataforma que permita o facilite la “conversación” entre equipos. Varias propuestas han surgido, entre ellas Brillo, introducida por Google en mayo pasado, y HomeKit de Apple. Lo móvil, por supuesto, no se queda atrás, y por eso Samsung hace un tiempo introdujo Tizen. Eventualmente cada una de estas plataformas hará su función y se complementarán unas con otras.
Con el concepto de Internet de las Cosas se podrá estar de acuerdo o no, pero una cosa es cierta: es hacia allá que vamos, hacia un futuro en donde hasta las tostadoras tendrán sentimientos y formas de manifestarlos.