Más allá de fotos bonitas y videos elaborados, hay una tendencia en redes sociales e internet que lleva algún tiempo ganando terreno y adeptos: el audio.
El ejemplo más representativo de esta ola lo tenemos en Clubhouse, la aplicación social del momento, valuada en mil millones de dólares y descargada alrededor de 4 millones de veces en el último mes.
Luego tenemos el tema de los podcasts, un recurso que no es nuevo pero que cada cierto tiempo se revaloriza, resultando atractivo tanto desde el punto de vista de los creadores de contenido como de los escuchas.
El atractivo del podcast -y del audio en general- es que no hay que hacer una gran inversión en equipos o en aspecto para atraer a una audiencia. Al solo requerir de nuestra atención auditiva, un podcast, lo mismo que un programa de radio, resulta ideal para mantenernos informados o entretenidos cuando estamos manejando u ocupados en otras tareas.
A simple vista, parecería que el audio es un medio casi perfecto para comunicar y conectar con la audiencia, pero, las cosas no son tan sencillas.
Al igual que ocurre en redes sociales, sean estas de texto, foto, video o una combinación de estos elementos, hay en podcasts y plataformas exclusivamente de audio una necesidad urgente de moderar los contenidos, pero esto no es tan fácil o tan sencillo como pudiera parecer.
Para entender la magnitud del problema, basta con mirar hacia la radio tradicional. En las ondas hertzianas de cualquier país abundan los programas que irrespetan al público, las canciones descompuestas, la desinformación y los chismes, con acusaciones y teorías muchas veces infundadas.
¿Se ha tenido éxito moderando la radio? No, y esto, incluso, a pesar de que hay organismos en cada país diseñados para regular y velar por la calidad de los contenidos.
Con las redes sociales, pese a los intentos de moderación, pasa algo incluso peor, pues con cada contenido que se saca de circulación -a veces bien merecido, otras veces no- viene la pregunta: ¿en qué punto se convierte esta moderación en censura? El tema de la libertad de expresión, como ya saben, está siempre latente cuando se debaten estas situaciones.
Si moderar texto, fotos y videos se hace difícil, no hay que ser un genio para adivinar cuando se trata de voz, la cosa es mucho más complicada. No hay forma de escuchar cada contenido generado, y el uso de tecnologías como inteligencia artificial simplemente no resulta adecuado por un tema de matices, interpretación e inteligencia emocional.
En Estados Unidos, donde, según Chartable, se estrenan alrededor de 17,000 programas a la semana en formato podcast, hay un debate respecto a cómo moderar la incontinencia verbal de alguna gente, y, de momento, el consenso parece ser que todas las partes involucradas en el proceso (apps, hosting y demás) intervengan en el proceso para mayor efectividad. Este enfoque resolvería el tema de sancionar o eliminar uniformemente un programa que infrinja leyes o el buen gusto, pero, ¿cómo detectarlo en primer lugar? Esa es la cuestión que resulta difícil de resolver.
De momento, muchas de estas plataformas de podcast se guían de reportes de usuarios para revisar y tomar acciones contra algún contenido particular. Desde aquí, pensamos que cada uno tiene una responsabilidad en lo que se saca al aire, pero, estamos claros en que es muy difícil moderar a la humanidad.