La sociedad de hoy, con su excesiva dependencia de pantallas, redes sociales y recursos digitales, es una caracterizada por modas y comportamientos extremos donde fenómenos como justicia social, diversidad y sensibilidad excesiva -representada por toda una generación de “snowflakes” o copos de nieve- coexisten en el mismo espacio de posturas conservadoras y ultraderechistas.
¿Qué está pasando aquí? Sociólogos y otros analistas del comportamiento humano culpan en gran parte a la tecnología, esa que nos mantiene pegados casi 24 horas a la pantalla del smartphone con la excusa de que al tiempo que resolvemos diligencias y tareas pendientes nos enteramos de todo lo que pasa en el mundo, sea sustancioso o no.
El hecho de que la Internet y sus recursos sociales facilitan compartir nuestro punto de vista, democratizar los contenidos y en general conectar con cualquiera y labrar una audiencia, tan solo contribuye a una sociedad que está conectada y desconectada a la vez, donde los encuentros sociales tradicionales compiten con contenidos virales, memes y videos “en vivo” de gente que no conocemos pero que es famosa por esta vía, influenciando a millones de personas en su forma de actuar, vestir y hablar.
De tanto que conectamos con nuestros smartphones y que interactuamos con otros objetos inanimados a través de asistentes tipo Siri o Alexa -que al tiempo que ofrecen variedad de voces y entonaciones parecen venir con cierta actitud programada- ocurre algo inevitable: nos encariñamos con los dispositivos, y eso abre las puertas a un futuro no muy lejano en donde las relaciones con robots, incluso de intimidad, no serían del todo extrañas o impensables.
Las bases de esta movida llevan algún tiempo estableciéndose, aun sea de manera subrepticia: la soledad de gente que no encuentra pareja estable y que prefiere relacionarse por vía electrónica por encima de un cara a cara ha dado lugar a un nicho de robots pensados para intimidad, con incorporación en algunos burdeles que se especializan en ese tipo de ofrecimiento. Antes de eso, en 2013, específicamente, la película “Her” exploró la posibilidad de entablar una relación íntima con un asistente digital por el mero hecho de entrar en contacto diariamente con este recurso e incluso llegar a depender del mismo para las tareas más básicas.
La proliferación de juguetes de intimidad que incorporan lo último en tecnología, el desarrollo de robots que pueden satisfacer tanto la parte emocional como física de una relación y el hecho de que se ofrecen propuestas como Gatebox en el mercado sugieren que la humanidad se encamina hacia una era digisexual, donde el apareamiento con estos recursos digitales será inevitable, llegando incluso a ser algo normal con el tiempo.
Reconocidos futuristas como Ray Kurzweil llevan tiempo advirtiendo esta movida, adelantando de paso que la fusión hombre-máquina es igualmente inevitable en la medida que crece la tendencia de implantarse chips para acceso a servicios como el metro -como ocurre actualmente en Suecia- o de mejorar la función del cuerpo humano por vía de tecnologías tanto externas como invasivas.
Muestra de que nos dirigimos por ese camino se vio hace unos meses en Japón, una de las sociedades tecnológicamente más avanzadas y una de las principales abanderadas de los robots por un tema de conveniencia y déficit generacional. En noviembre pasado un joven de 35 años hizo historia al casarse con un holograma, siendo la agraciada una vocaloid o sintetizador de voz llamada Hatsune Miku, representada por una joven de 16 años con pelo color turquesa.
El holograma de Hatsune Miku vive dentro de un Gatebox propiedad de su esposo. Desde este recipiente le manda recordatorios, mensajes y, en términos generales, lo hace un hombre feliz. El casamiento generó todo tipo de reacciones encontradas, como era de esperarse, pero es tan solo un indicio de hacia dónde se dirige la sociedad en conjunto. Curiosamente, este no es el único caso registrado en Japón, y todo parece indicar que no será el último.
Por un tema de tecnología excesiva y costumbres cambiantes, a mucha gente se le hace difícil entablar relaciones valiosas y duraderas con otras personas, ya sean de amistad o de intimidad. El terreno es fértil para que la tecnología provea una solución al vacío emocional, y justamente es lo que se está viendo con tantos conceptos futuristas que generaciones anteriores no dudarían en calificar de locura o hasta de aberración. Solo el tiempo dirá si llegaremos al extremo de lo visto en la película “Demolition Man”.